EL GRAN DESAFÍO EN EL ISTMO DE TEHUANTEPEC (XV y último)

  • Aunque complejo, es posible lograr el equilibrio entre desarrollo económico y sustentabilidad integral en el Istmo.
  • Sólo si se apoya al campo y a las comunidades con políticas, energías, tecnologías, empresas y parques industriales verdes.

A lo largo del siglo pasado, México dejó de ser un país eminentemente rural (73% de su población) y analfabeta (80%) para convertirse en una sociedad mayoritariamente urbana (75%) que sabe leer y escribir (92%). Gracias a la magnitud del esfuerzo nacional colectivo, se convirtió a finales de ese periodo en la  decimotercera economía más grande del mundo. Tal desempeño, sobre todo en el lapso 1950-1970, se reconoció internacionalmente como el “Milagro Mexicano”. Aunque fueron diversos factores los que coadyuvaron a lograr esa proeza, en mucho contó la contribución del campo mexicano con materias primas, mano de obra y alimentos naturales. Sin embargo, ese aporte sustancial no sólo no fue debidamente compensado sino que fue objeto de abusos: extracción irracional de minerales, maderas e hidrocarburos; sueldos indignos; depreciación de sus productos por parte de intermediarios. Tal rapacidad trajo consigo las calamidades que conocemos: el abandono del campo por el utopismo urbano convertido en cinturones sobrepoblados de desplazados, miseria, anomias sociales; la pérdida del 40% de los hogares agropecuarios en tan solo los últimos 30 años; y el que México se convirtiera en el segundo país del mundo, después de la India, con la mayor diáspora (migrantes en el extranjero) y la consecuente desintegración familiar.

El punto concluyente es que no puede existir sustentabilidad si no se cambian radicalmente las reglas de la fuerza política y económica para emprender una inversión y organización social, sin precedentes, dirigidas al desarrollo armónico del campo. Y esto significa, entre otras medidas, multiplicar las comunidades y hogares con vocación agropecuaria,  fomentar agroindustrias que otorguen valor agregado a los productores, desconcentrar el comercio hacia mercados regionales sin menoscabo de buscar canales más amplios de comercialización, asegurar precios justos e insertar a los pequeños productores en iniciativas nacionales y globales a favor de la naturaleza y la gente. Ejemplos de lo anterior son los flujos de financiamiento multilateral, filantrópico o corporativo para territorios que multiplican y preservan áreas protegidas, especialmente aquellas que cuentan con el mayor número de hábitats y especies en peligro de extinción; y los fondos que fomentan los servicios ambientales, la producción alimentaria sustentable, el “consumo verde”. Y dado que es en las zonas mega-diversas donde existe mayor presencia de pueblos originarios, su participación protagónica es crucial en el manejo de ecosistemas, policultivos, producción orgánica y en el desarrollo integral de sus comunidades.

A lo anterior, habrá que sumar alianzas de colaboración con organismos cuya misión institucional está asociada con el monitoreo ecológico; el mercado justo de alimentos que compensa económicamente la producción orgánica (fairtrade), las agroindustrias certificadas, la utilización de fibras naturales y energía verde en los procesos productivos, así como la utilización generalizada de bio-repositorios, laboratorios móviles, dispositivos digitales y de geo-referenciación satelital en las comunidades locales y en la academia. Esto último permite que campesinos y miembros de las localidades reciban capacitación in situ para registrar la evolución de la biodiversidad, de plagas, de sus policultivos y terrenos, con el fin de obtener mayores rendimientos y pagos por servicios ambientales. De esa manera, se multiplican los incentivos económicos para rescatar predios que funcionen como unidades agropecuarias productivas, corredores biológicos de especies en peligro de extinción, humedales como sistemas de filtración de agua y pesca regulada o como áreas naturales no intervenidas.

Por último, en cuanto a las nuevas empresas a instalarse en el Istmo, habrá que rechazar a las industrias sucias y dar prioridad a las iniciativas unicornio caracterizadas por su innovación tecnológica dirigida a la sustentabilidad. Ejemplos de lo anterior son las que producen componentes y dispositivos digitales limpios, las que generan energía con base en fuentes renovables, las que procesan productos con fibras naturales y energía limpia en lugar de combustión, las que ofrecen valor agregado a la producción agropecuaria certificada, las que se dedican a la captura y reutilización de desechos para integrarlas como insumos productivos en las plantas industriales tradicionales, las que producen proteínas alternativas, las farmacéuticas basadas en plantas y la biotecnología supervisada de alimentos, entre otras.

Por su parte, las nuevas instalaciones industriales deben caracterizarse por ser conglomerados de edificios inteligentes por sus bajos costos de energía y porque son amigables, en el sentido pleno, con sus empleados, el espacio que ocupan, las comunidades vecinas y el territorio que las alberga. De ahí que deben incorporar grandes áreas verdes -circundadas por extensos territorios naturales no intervenidos; recurrir al paisaje esponja que recicla agua y energía; asegurar la economía circular que captura y reutiliza desechos como insumos de otros procesos productivos; así como operar sistemas de gestión que permiten el monitoreo de su gobernanza en cuanto al uso de cadenas limpias de suministro, de códigos de conducta y de rendición de cuentas sobre sus prácticas de consenso, equidad, inclusión y aporte comunitario.

Nuestro país ha mostrado, a lo largo de su historia, que tiene la capacidad de lograr lo que se propone, cuando hace lo necesario. Por ejemplo, en poco más de 20 años, logró convertirse en líder continental en el reciclaje de residuos plásticos (botellas y recipientes PET). Esto ha implicado la correcta planeación y aplicación de una estrategia de recuperación, procesamiento y reutilización de este residuo contaminante que, a su vez, ha implicado una amplia convocatoria de recursos y voluntades, con la destacada participación de  decenas de miles de mexicanos. Lo que suceda en el Istmo de Tehuantepec va a depender de una regulación escrupulosa sobre el remedio de los desafíos actuales y sobre la correcta instalación y funcionamiento de los nuevos servicios e industrias para que cumplan con los criterios de una rentabilidad integral basada en beneficios para inversionistas, empleados, comunidades aledañas y la biodiversidad. También será fundamental el monitoreo permanente por parte de instancias independientes que aseguren su evolución correcta y una amplia convocatoria para sumar aliados que hagan realidad que esta estrátégica región del planeta se convierte en un referente mundial en materia de sustentabilidad.

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