EL GRAN DESAFÍO EN EL ISTMO DE TEHUANTEPEC (VIII)

  • La milenaria sapiencia indígena sobre el manejo de ecosistemas y de los campesinos que se han nutrido de ella, los convierte en aliados cruciales para asegurar la biodiversidad y los policultivos en el Istmo.
  • Y en ello pueden contribuir las entidades académicas y organismos que estudian la cultura, las prácticas de cultivo, las manifestaciones estéticas, la organización social y la preservación de los derechos de indígenas y campesinos.

 

Aunque existe una milenaria relación de equilibrio entre las comunidades mesoamericanas y sus ecosistemas, sus miembros tienen cinco siglos de ser sometidos a lecciones, promesas incumplidas y maltrato. Ante ello, es tiempo de dejar de percibirlos como desalojados en territorios de refugio para reconocerlos, en cambio, como portadores de conocimiento privilegiado en el manejo de la biodiversidad. Esto implica conceder que hay otro tipo de conocimiento, más allá de las fronteras de la ciencia y la cultura occidental, que ha sido desarrollado empíricamente y que ha prevalecido ante los embates de la naturaleza y otros grupos humanos, gracias a la persistente socialización intergeneracional de los indígenas. Desde que se determinó la datación por carbono de la mazorca oaxaqueña de maíz, mediante la espectrometría de masas, y que se estima en alrededor de 6,250 años, se logró apreciar el armónico y sistemático manejo agrícola mesoamericano. La coexistencia de diversas variedades de maíz que permitieron su intercambio y mejoramiento genético in situ, fue posible gracias al cultivo simbiótico de plantas domesticadas como la calabaza, el tomate, el frijol y el chile, que aportan nitrógeno a los suelos: un componente esencial de aminoácidos, proteínas, enzimas, vitaminas y ácidos nucleicos. A diferencia de otras regiones del mundo con cosechas milenarias, donde los climas extremos y el suelo obligaron a la producción de monocultivos y a su almacenamiento prolongado, la variedad orográfica, climática y orgánica del entorno mesoamericano favoreció la biodiversidad que, junto con un manejo sabio de las cosechas, permitieron el florecimiento de los policultivos.

Entre las múltiples evidencias científicas sobre la maestría agrícola mesoamericana, hay dos que vale la pena destacar. El primero es un estudio paleo etnobotánico recién realizado en el poblado maya Joya de Cerén del Salvador. La erupción del vecino volcán Loma Caldera, alrededor del año 660 CE, y el cubrimiento de cenizas que le siguió, preservó residuos florales, alimentarios, arquitectónicos y del paisaje, lo que ha permitido el estudio de sus prácticas agrícolas, de sus ricas dietas, costumbres y organización social que denotan una alta calidad de vida. El diseño de sus espacios comunales y privados muestran el uso de extensos campos de policultivo alimentario, que incluye una enorme diversidad de hierbas, fibras, árboles frutales y hortalizas caseras. Además, subraya su manejo experto de varias cosechas a lo largo del año y el uso de múltiples herramientas y labores de cultivo a campo abierto y en sus hortalizas caseras. Esa misma versatilidad se refleja al interior de sus viviendas, donde se observan objetos que denotan apreciación estética, formas diferenciadas para almacenar, preservar y cocinar alimentos, así como para usar plantas medicinales, combustibles renovables y utensilios para la labor doméstica y la construcción. El landscape o arquitectura de paisaje recuperado, muestra el manejo orgánico y simultáneo de ecosistemas manipulados y naturales que se complementan con milpas, hortalizas y amplios jardines donde practicaban el trabajo colectivo y actividades recreativas, culturales y espirituales; lo esencial para vivir gratamente y siguiendo un modelo de biodiversidad resiliente en lo ambiental y lo social.

El segundo estudio es todo un tratado sobre el patrimonio biocultural de los pueblos indígenas mexicanos que detalla la agrobiodiversidad mesoamericana y de otras regiones del país. La rica gama de agro-sistemas indígenas se presentan como auténticos ensambles interactivos de áreas naturales no intervenidas, zonas amplias que se manipulan orgánicamente para propósitos específicos, junto con parcelas, milpas y huertos familiares. Además, exalta la labor indígena en la recreación del policultivo que sólo es posible mediante la protección y el enriquecimiento de cosechas con barreras naturales, nichos de humedad, polinización intensiva, mejora de suelos, control de plagas y biofertilizantes. El estudio asume una concepción integral sobre el territorio indígena que implica la dimensión política, cultural, natural y cognitiva. Dado que el conocimiento indígena se transmite de manera intergeneracional, oral y práctica, se corre el riesgo de que, con la pérdida de su lengua y su hábitat natural, se extinga ese valiosísimo acervo cognitivo milenario. He ahí las terribles consecuencias del desplazamiento de poblaciones indígenas y de la afectación de sus tierras, formas de organización social y costumbres que, dicho sea de paso, enaltecen el trabajo comunal. Otra amenaza a la dimensión cognitiva, a la que se refiere el autor (Eckart Boege, 2008), tiene que ver con la propiedad intelectual de conocimientos y variedades de plantas, especies y germoplasmas, desarrollados in situ y que han sido objeto de colección, conservación y modificación por laboratorios y corporaciones que comercializan semillas sin que los propietarios originarios reciban beneficio alguno.

 

Es precisamente en las zonas megadiversas, donde hay mayor presencia de pueblos originarios, diversidad étnica y cultural. Entonces, el manejo sustentable debe empezar por reconocer el papel central que tienen los indígenas y campesinos que manejan ese añejo patrimonio cultural; por lo que no sería posible preservar la biodiversidad en el planeta sin su concurso. Y en esa labor, tienen mucho qué aportar las entidades académicas que estudian la cultura, las manifestaciones estéticas, la organización social, la preservación de los derechos y los múltiples aportes de las comunidades indígenas. El fin último debe ser conocerlos a profundidad para otorgarles el reconocimiento que se merecen y asegurar su participación empoderada en la mejora integral de sus comunidades.

 

 

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