EL SILENCIO

La palabra más difícil de comprender por el ser humano es el silencio, porque el Hombre la ha escuchado siempre pero no la conoce. La ausencia total de sonido es el silencio y qué complicado es conseguir tal estado de cosas porque prácticamente es imposible que exista una ausencia total de sonidos. Por ejemplo, el Gurú invoca al silencio para adentrarse en los misterios de su religión y nunca puede encontrarlo y cuando descubre qué es el silencio comprende al fin que el silencio va lleno de sonidos que le revisten de una solemnidad, de una majestad; el Gurú medita y los grillos en el campo entonan el himno perfecto de la meditación, se escuchan las gotas caer de la lluvia y la tormenta es el templo perfecto del silencio, como un coro angelical que permite la llegada del Ser Supremo. Lo mismo ocurre con los Sabios, con los Sacerdotes supremos de cada Religión…dedican toda su vida a encontrar la Verdad y son tan ciegos que no descubren en el silencio la belleza del Creador.

Decía Sócrates a sus discípulos: “Habla para que te conozca”, vislumbrando en el lenguaje y maneras de sus congéneres el grado de raciocinio y juicio, entendiendo al lenguaje como una versión contraria al silencio, pero también recurría el gran Filósofo al silencio para entender mejor sus brillantes ideas, a veces con la compañía de los ríos Lete o Mnemosyne como silentes testigos.

Y si existe una Nación que no conoce el silencio es la mexicana. En los genes del mexicano está adherido el gen del ruido, a diferencia de los países de clima frío donde sus habitantes son más callados. Y esta peculiaridad de los aztecas (por antonomasia, todo México) no conoce de estratos sociales, no sabe de pueblo o ciudad, de ricos o pobres, el mexicano odia el silencio.

Por eso si usted viaja por el interior del país podrá escuchar cómo en las Fiestas Patronales o Fiestas Cívicas suenan todo el día los estallidos de los cohetes hiriendo al cielo, lastimando la calma de la noche con el regocijo de los pueblerinos, lo cual no es sinónimo de una alegría colectiva, pero como nadie se queja pues esos alegres habitantes que se involucran en la organización de los festejos creen que todos participan de su emoción. Sucede en provincia y sucede en las grandes urbes. El Zócalo de la Ciudad de México es testigo a menudo de los más grandes mitotes (palabra coloquial de nuestro Continente que significa “fiesta que se organiza en casa de alguien o cierto lugar”), lo mismo un mitin político que un desafinado Cantante de Banda, lo mismo el Arte exquisito de Pablo Ahmad con su Bandoneón de Oro que las referencias rudimentarias a la progenitora en las letras del Grupo Firme.

Y es que el mexicano no sabe vivir sin el ruido…el Chofer del Transporte Público sube el volumen de su stéreo y conduce alegre por las calles, la Ama de casa que quiere barrer la banqueta se aprovisiona primero de su enorme bocina bluetooth antes que de la escoba y del recogedor, o el vecino que celebra una Fiesta familiar cerrando la calle con una enorme carpa y con un sonido de considerables dimensiones antes que de alimentos en gran cantidad y de buen sazón. El mexicano, por increíble que parezca, no entiende el significado de las palabras del humilde pastor de ovejas de Guelatao: “El respeto al derecho ajeno es la Paz”. Ojalá algún día el mexicano comprendiera que su compatriota tiene derecho al silencio, pero es como pretender que la oscuridad de la noche sea amiga de la claridad del día.

 

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